La nación española, tal como la define el artículo primero de la Constitución de 1812, es la reunión de los españoles de ambos hemisferios. El Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) celebrado la semana pasada en Cádiz ha sido también otra reunión en este caso de los hispanohablantes de ambos hemisferios, doscientos once años después, en la misma ciudad y casi con la misma gente, como dice la canción de Juan Gabriel. Para semejante acontecimiento había sido elegida hace cuatro años la ciudad peruana de Arequipa de la fue preciso desertar por las vicisitudes políticas desencadenadas y el clima de inestabilidad subsiguiente. El compromiso de mantener la fecha aunque hubiera de cambiarse la sede obligó a un esfuerzo ímprobo de organización de Santiago Muñoz Machado al frente de la Real Academia Española, secundada a su manera por el Instituto Cervantes y el ministerio de Asuntos Exteriores.

El resultado han sido unos días inolvidables con cientos de sesiones, debates, encuentros, mesas redondas y ocasiones para tomar conciencia del privilegio compartido de unidad que significa la lengua española. Aquel Cádiz de las Cortes, en la situación límite de ciudad sitiada, en vez de entregarse al patriotismo de frontera donde afloran las sospechas más viles y se extingue el margen para la crítica y el disentimiento, fue capaz de propiciar el clima contrario de lucidez y compromiso en el que pudo gestarse la proclamación de las libertades reconocidas en la Constitución. Ese mismo Cádiz volvió a dar su mejor medida al acoger el CILE. Así, hispanohablantes de ambos hemisferios, de Filipinas, de Guinea Ecuatorial y me gustaría creer que también de Marruecos y del Sáhara Occidental, abdicando de la Torre de Babel, se hablaron y se entendieron fuera de todo sectarismo y acordaron conchabarse para que la Inteligencia Artificial se exprese en la misma lengua que ellos comparten. Porque cómo ha escrito Noam Chomsky en su ensayo The False Promise of ChatGPT, publicado en The New York Times el pasado 8 de marzo, que seamos falibles forma parte de lo que significa pensar, para conocer la verdad debe ser posible equivocarse.

Quien no se equivocaba era el presidente Francoise Mitterrand cuando al despedirse del Parlamento Europeo exclamaba lo que hubiera podido hacer Francia de haber tenido una lengua con la difusión de la española. Pero difusión es una palabra que puede confundir porque la difusión del español no sólo hace referencia a las áreas geográficas a donde ha llegado sino al grado de pregnancia que ha alcanzado en ellas, muy distinto del que tiene el francés en Argelia o el Senegal o el ingles en sus antiguas colonias. Ningún colombiano, mexicano, argentino, dominicano, y por ahí adelante, dudará en responder si le preguntaran cuál es su legua en decir que es el español.

Quede para el próximo CILE , dentro de cuatro años en Arequipa, la reflexión sobre la gravitación informativa, la determinación del centro de gravedad histórico-cultural común para el conjunto de la pretendida Comunidad Iberoamericana de Naciones (CIN).