Estos días muchas personas se organizan por cuenta propia para conducir hasta la frontera de Ucrania con Polonia y trasladar a lugares más seguros a familias que huyen del horror de la guerra. Uno de ellos es Iván Esteve, un valenciano que subió con dos camiones cargados con medicinas y dos autobuses este lunes.
El destino de este voluntario, coordinador de ayuda humanitaria y extrabajador de instituciones europeas, ha sido la ciudad de Przemysl, a menos de 20 kilómetros de la frontera con Ucrania. Allí se ha encontrado un centro comercial en obras convertido en centro de atención para refugiados por el que pasan entre 5.000 y 6.000 personas al día, de las cuales unas 2.500 salen para algún lugar de Europa en el mismo día en el que llegan y el resto pernoctan allí.
«Este centro, que está ya sobrepasado, no está coordinado ni gestionado por profesionales. Son todos voluntarios y voluntarias. Los que realizan la recepción y registran la salida de los refugiados son scouts, son niños», cuenta a 20minutos.
Lo mismo ocurre con el registro de los voluntarios que llegan para arrimar el hombro o de los conductores que pretenden volverse con sus vehículos cargados de mujeres y menores, que son la mayoría de las personas que pasan por allí. Esteve denuncia la ausencia en el lugar de un control oficial a nivel local, nacional o internacional y reclama la presencia de organizaciones como Frontex, de expertos en ayuda humanitaria de la Unión Europea o de representantes de Naciones Unidas.
«No hay autoridades que gestionen los datos ni comprueben los [antecedentes] penales» de las personas que llegan a ofrecer su ayuda, a quienes en un principio se distinguía con pulseras de colores -«rojas para los drivers; las amarillas para los voluntarios y las blancas para los refugiados»-, pero ahora «ya no hay control: yo llevo una blanca, por lo que todo el mundo tiene acceso a los mismos lugares a los que pueden entrar los refugiados». «Hay un punto de control militar en la puerta que solo controla si llevas pulsera», agrega.
«No se sabe cuánta gente sale a cada país, no se comparten los datos. Hace falta presencia europea para controlar los flujos y los enlaces. En cada centro [de refugiados] tendría que haber oficiales con acceso a los registros y con enlace a las organizaciones sobre el terreno para que los Estados sepan cuánta gente va a recibir», abunda.
«Llevamos 23 días de guerra y no ha llegado nadie, ni observadores»
Otro de los problemas con los que se topó al llegar y que denuncia es que «cuando llega alguien, se registra, dice a dónde va y cuántas plazas tiene y las primeras personas que suban, te las llevas» sin poder comprobar en qué condiciones marchan o si tienen lazos con destino al que van. Esteve lamenta que «hay ONGs que funcionan muy bien y otras que no» y que hay personas que cuando llegan a España «tiene que dormir en la calle» porque previamente no se les ha gestionado ningún lugar de acogida.
Pone como ejemplo que la noche de este jueves varias familias llegadas a Valencia han tenido que dormir en un polideportivo de la Policía Local porque previamente no se había gestionado una estancia para ellos. «La Generalitat no controla los flujos», critica al teléfono desde Przemysl este viernes. También en Madrid, donde el padre Ángel ha tenido que albergar a 137 personas llegadas de Rumanía en iglesias y casas porque el centro de Pozuelo «ya no les recibía».
Cuarentena para desinfectar
Problemas de salud pública comienzan a agravar la situación en estos centros. Este jueves tuvo que ponerse en cuarentena durante 12 horas este centro comercial para desinfectarse tras varios casos de diarrea y vómitos. En este sentido, Esteve relata que «no están llegando refugiados con necesidades médicas vitales», pero que los casos de gastroenteritis se están tratando por paramédicos estadounidenses porque a los médicos españoles no se les reconoce la titulación y no pueden ejercer.
«No hay una cocina de campaña que esté dando de comer a la gente, se están alimentando gracias a las asociaciones»
Sorprendentemente, Esteve cuenta que las mujeres que llegan hasta allí, algunas con niños nacidos en la guerra, con apenas diez días de vida, lo hacen con «la moral fuerte». Muchas personas llegan con perros que también cuentan con veterinarios voluntarios que atienden los animales con heridas de tanto caminar y reparten pienso.
Alimentación
Otras de las organizaciones también se ha trasladado a esta ciudad al este de Polonia para colaborar con la alimentación de los refugiados son World Central Kitchen o Paellas por la Paz, que cada día prepara unas 1.500 raciones de paella de diferentes tipos, incluso vegetariana. Para quienes no comen animales también cuentan con el altruismo de un grupo de personas que ha viajado desde La India y preparan platos vegetarianos, según el relato de Esteve.
Este voluntario explica que «cada autobús que sale necesita víveres para el camino -150 litros de agua, mínimo 200 bocadillos y potitos, pañales y toallitas en función del número de bebés que vayan- pero como no hay ningún equipo técnico coordinador, hay veces que no hay bastante agua o comida. No hay una cocina de campaña que esté dando de comer a la gente, se están alimentando gracias a las asociaciones, que están haciendo ese papel sin ninguna coordinación técnica por parte de la UE, Naciones Unidas, Cruz Roja o Unicef».
Esteve recrimina que «esto requiere hacer las cosas bien. Ya han pasado los suficientes días como que se despliegue algo, llevamos 23 días de guerra y no ha llegado nadie, ni observadores para hacerse una composición de lugar».